Después de la muerte de un hijo (y otro tipo de pérdidas) definitivamente ya no sos la misma persona. Y aunque resulte una obviedad esta afirmación, parecería perder fuerza a medida que pasa el tiempo.
A la vista de los demás tu vida sigue y el "tiempo lo cura todo".
Retomas tus actividades "habituales", primero con mucho esfuerzo y luego de a poco te vas acomodando a la nueva situación , a veces a tal punto que el que no sabe nada de tu vida, jamás imaginaría la carga y el dolor que llevas por dentro.
Pero...ya no sos la misma
El día que ese dolor enorme y arrasador llega a tu vida es como si te pusieran un "pin" o un abrojo en tu corazón que llevarás por toda tu existencia.
Y ya no sos la misma
Está en cada uno aceptar ese dolor, moldearlo,suavizarlo y hasta en el mejor de los casos transformarlo en amor y sabiduría y por ende trascenderlo, y así y todo...ya no sos la misma.
En este caso por haber crecido interiormente, por haber podido asumir y comprender más cabalmente nuestra naturaleza humana y divina y nuestra misión en esta tierra.
Se resignifican tu fe, tus vínculos, tu mirada de la vida y aprendes a deleitarte y agradecer las pequeñas cosas de todos los días: un gesto amable, la sonrisa de un niño, las mariposas revoloteando en el jardín, un atardecer...
Ya no sos la misma
Esta última parecería encaminarse a ser tu mejor versión y está muy bueno que así sea porque justamente los dolores más fuertes son los que nos hacen crecer y correr el velo de lo que "estaba dado",de ese status quo donde no había cuestionamientos ni reclamos.
El proceso es único y muy íntimo.
Cada uno sabe qué es lo que cambió en su interior y qué hacer con ello pero hay algo tan evidente como innegable y es que
Ya no sos la misma ...